Mérida, Abril Lunes 21, 2025, 12:26 am
Dos escritoras
multifacéticas: una de ellas diplomática, narradora, articulista, poeta y
activista feminista zuliana; una extraordinaria luchadora por los derechos de
la mujer en los años 30 y 40, además de ser conocida como “La poetisa de la
Virgen”: Graciela Rincón Calcaño
(1904-1987). La otra, extraordinaria poeta zuliana recuperada en los
últimos años por escritores como Cósimo Mandrillo. Se casó a los 14 años de
edad con Juan Roncajolo, con el cual tuvo seis hijos ya al cumplir los 27 años;
y luego se casó con Héctor Araujo Ortega, y crió a un sobrino de éste. Nos referimos
a María Calcaño (1906-1956).
Dos venezolanas
excepcionales; muchos críticos literarios las catalogan como pioneras de la
poesía moderna a través de la libertad y el goce de la expresión.
La vida y obra de
Graciela Rincón Calcaño transcurrió a principios del siglo XX. A esta bella
mujer se le conoció como “La poetisa de la Virgen”. Escribió su primer texto a
la edad de los ocho años, que llevaría por título “La violeta”. En 1942, ganó el
concurso “Un himno para la Virgen de la Chiquinquirá”, promovido por el
ejecutivo regional del Zulia y la Municipalidad de Maracaibo. La música de este
himno nativista a la Chinita, “Gloria a ti, casta señora” le pertenece al
Maestro Adolfo D’ Pool. En 1945 fue agregada cultural de la embajada de
Venezuela en Cuba y Haití, y se residenció por varios años en República
Dominicana y España.
Agustín Arteaga nos
refiere que por un tiempo va a usar el seudónimo de Eglé Mediavilla. Además,
fue una incansable luchadora por los derechos de la mujer en esos tiempos
tormentosos en que una mujer estaba en boca de quienes deseaban conocerla por
su sensibilidad social y artística, llena de gran expresión estética.
Autóctona Virgen
De rostro bronceado,
Mi lago encantado
Te exorna los pies
Con rizos y ondas
De armónico halago
Y reina del lago
Te digan doquier
Bruñeron tus sienes
Con lirios plasmadas
Ígneas llamaradas
De eterno brillar,
Por eso mi tierra
Que el trópico inflama
Del sol te proclama
La reina inmortal.
La entraña fecunda
Del suelo nativo
Por ti fluye un vivo
Tesoro sin fin,
Ribera y llano
Lagunas y sierra,
Reina de mi tierra
Te llamen a ti.
Y porque mi casta
Florezca en virtudes
Tus excelsitudes
Proclame la grey,
Reina de mi tribu
Llamándote encanto
La dicha o el llanto
Nos colmen. Amén.
Por su parte, María
Calcaño no se integró a ningún grupo literario de su época, pero coincidió con
los integrantes del grupo poético zuliano “Seremos”, en el que conoció a su
segundo esposo.
Su nombre de bautismo era María José Francisca del
Carmen Calcaño Ortega, hija de Camilo Calcaño y su madre era María Francisca Ortega. Eran parientes del
músico José Antonio Calcaño, y de
Graciela Rincón Calcaño, pionera en la lucha por los derechos de las mujeres, y
por su derecho al voto. Es muy importante conocer que esta escritora fue gran
amiga de la poeta y luchadora revolucionaria Olga Luzardo, otra mujer Zuliana
sometida al olvido; también era amiga de Jacinto Fombona Pachano y de Rafael
Pocaterra, así como del ilustre hombre de letras y de gran verbo poético,
Andrés Eloy Blanco. Nació en la Ciudad de Maracaibo el 12 de diciembre de 1906,
y falleció en Caracas en 1956 a causa de un cáncer pulmonar.
Esta mujer es toda una poetisa; pero, sobre todo en
su época, se presentó con el absoluto atrevimiento de escribir poemas sobre el
amor, el erotismo, y sobre temas feministas. Mientras la ciudad de Maracaibo se
santiguaba y silenciaba a la poeta María Calcaño, el gran poeta Andrés Eloy
Blanco se impresionaba con su libro “Alas fatales”, y le escribió, a manera de
elogio: “se abre el libro, y se enciende como yesquero. Se cierra, se apaga,
pero queda uno chamuscado. Todos los poemas me gustan. Todos. Es usted
terriblemente poeta (…) es una gran poeta y admirable y tierno corazón del
diablo. Y que hace arder las manos…”. Con una escritura que le va a dar reconocimiento
después de su muerte, se hizo esencialmente atrevida en las letras venezolanas
a principios del siglo XX ante una sociedad conservadora y llena de prejuicios
sobre el arte.
La obra de María Calcaño
se da a conocer a través de Cósimo Mandrillo en los años ochenta, cuando
publicó en memoria de ella su obra completa, en la que se manifiesta el eros en
una forma sencilla y directa que marcó el deseo de una apasionada mujer en todo
su esplendor. Sus textos podrían decirse que son subversivos, ya que en esa
época era arduo para una autora enfrentarse a la moral, y a Calcaño se le
considera por ser la primera mujer que introdujo el modernismo en las letras
venezolanas.
Desde ese lugar de las
letras, María Calcaño va a insurgir para contar y cantar a lo femenino en todas
sus dimensiones. Sobre su obra, Lilia Boscán de Lombardi refiere que en su obra
hay “versos de amor y de pasión de la amante que siente la fuerza de la vida;
son versos de ternura iluminada por el brillo de ser madre, son versos de
tormentosa lucidez por el paso del tiempo”.
Calcaño silba sobre
esos imperios de cuerpos y locuras, guardando todo lo bello y lo profano:
Había olvidado las
muñecas
Por venirme con él.
De puntillas
Conteniendo el
aliento
Me alejé de mis
niñas de trapo
Por no
despertarlas…
Es una estampa de
aquella niña que con catorce años se enamora y va a sentir el relámpago del
Catatumbo en el corazón, cuando expresa que dejó sus muñecas por el llanto de
su amor, atravesando ese río de fuego que es el amor temprano; como de ese primer
espanto de la niña con la luna.
Mi falda se
arremolina,
Se levanta como un
barco;
Haciendo señales
De alegría en la
noche.
Mientras sigo
llorando…
Alzando los brazos
tanto,
que desaparecen los senos
en el viento.
Son osados sus versos, y
llenos de una fuerza que va a ser un relámpago en medio de la tormenta que
desata una sociedad que se opone a esas maravillosas líneas que van marcando el
rumbo de una lírica que embriaga todo ese acontecimiento literario producido
por María Calcaño, la poetisa que dejó en sus obras el destilado sabor de la
poesía erótica del ser humano.
Desde su juventud se
tuvo que enfrentar a una vida muy dura, ya que a los 14 años se vio obligada
abandonar la escuela primaria para contraer matrimonio. Estudió de forma
autodidacta, y publicó tres libros: Alas
Fatales (1935), Canciones que oyeron
mis últimas muñecas (1956), y Entre
la luna y los hombres (1961). En 1996 se logró publicar sus obras
completas. Luego, en el año 2008, Monte Ávila Editores las reeditó e incluyó
dos libros más: Anotaciones (1940), y
La hermética maravillada (1938). Su
poesía, de tono erótico y confesional, estuvo olvidada e ignorada durante mucho
tiempo.
¡La vida
es este montón de tierra fértil!
El hombre
y yo
somos la quimera.
Dios
en su grave verdad.
Y sobre nosotros
como una maldición
esta sombra monstruosa…
Esa poesía es una prosapia de elementos llenos de
vida, de pasión que van llenando su lago de gallardía de materia de vida y con
esa incertidumbre de amor que no fallan. Esa era la poetisa que atrevidamente
se arrojó al amor llena de ardores.
Nuestras poetas
deberían ser más estudiadas por los jóvenes en nuestros liceos. Vemos con mucho pesar el olvido de nuestros
hombres y mujeres que han quedado en el silencio del tiempo y cuyas obras se
desconocen, así como sus hechos, y toda esa riqueza intelectual que produjeron
para la humanidad.