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Las Muñecas de Armando Reverón: arte y castidad por Orlando Oberto Urbina

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Las Muñecas de Armando Reverón: arte y castidad por Orlando Oberto Urbina


Han pasado más de cien años desde su nacimiento; un siglo desde aquel día en que despertó a la vida uno de los grandes descubridores de la luz y el mediodía en la pintura venezolana. En esta crónica memorable, celebramos la trascendencia que ilumina uno de los aspectos más relevantes de su vida, quizás muy poco conocidos de este gran pintor venezolano: Armando Reverón.

Él era un pintor que amaba sus muñecas; entre ellas, la Serafina. Las convirtió en arte y modelo de su obra. Tal vez no haya tiempo para el olvido, porque Armando es un recuerdo que obliga siempre cuando se trata de Maestros de Arte entre pinturas, dibujos y objetos de arte. Fue un maestro compulsivo, lleno de muchas circunstancias que entre genio y locura encontró la vía para darle el brillo a todo aquello que fue rodeando. Así lo fue dibujando Juanita la modelo, aquella que conoció un día de carnaval en la Guaira en 1918, cuando tenía Armando Julio Reverón Travieso unos 29 años de edad.

Desde los costales de sacos a los que les asignaba la función de lienzos, hasta darles una vida dedicada al arte, Reverón fue “el hombre de misteriosa vida” según algunos críticos de arte y biógrafos que rescataron su obra; entre ellos, el poeta Juan Liscano quien escribió y publicó a través de la Revista Zona Franca la primera monografía sobre Armando, y realizó una entrevista a su esposa y modelo Juanita Ríos.

Hay que mencionar que Reverón, como artista plástico, va a ser considerado un precursor del Arte Pobre en el país, por ser uno de los más importantes pintores del siglo XX de América Latina que logra darle un carácter exótico, excéntrico y primitivo a sus pinturas, tal vez por su manera de expresarse a través del color. Por su manera de vivir fue catalogado como “El Loco de Macuto”. Reverón va a ser visto con notoriedad, y en 1964, se dio una entrevista con su modelo y luego su compañera Juanita Ríos, quien manifestó en un foro organizado por el diario El Nacional, que: “Armando era un santo vivo. Armando era un hombre casto, yo creo que era más puro que José Gregorio Hernández. Creo que Armando debe estar entero. Si tuviera dinero, yo lo desenterraba, porque Armando está entero. ¡Y que muchachito íbamos a tené, si no me buscó ni cuando era joven!... porque él fue un hombre puro, y cómo no lo voy a sabé yo”

La misma Juanita fue parte de una actividad especial en octubre de 1964, cuando se preparaba junto con el equipo de Zona Franca para lo que fue la primera monografía sobre Armando Reverón.  Éste solía decirle: “Yo no puedo pintar con dos pinceles”, aludiendo obviamente a que uno de ellos era el sexo.

Se habla de que en este artista plástico se desarrolló  una experimentación del color, fue pionero en el Happening, en el ensamblaje artístico, en la instalación, en la intervención, en la escultura textil, y en el arte móvil. Dejó una obra de más de 450 pinturas, más de ciento cincuenta dibujos, y decenas de objetos entre los cuales están sus adoradas muñecas de trapo.

Existe una cita de Bernardo Monsanto que puso en duda la castidad de Armando Reverón, y en la que refiere alguna anécdota de que estando en Madrid (viajó a España tres veces entre 1911 y 1915), con Monasterios y dos mujeres, se quedó Armando con las dos al marcharse el compañero. Pero no es un hecho totalmente probado. Para un hombre es más difícil satisfacer a  dos mujeres que a una sola. Los azares de una juerga pueden conducir a situaciones semejantes sin que haya fornicación alguna.

Armando Reverón desarrolló su obra en Barcelona, Madrid y Paris. Fue víctima de ataques, periodos de depresión, y crisis de psicosis a causa de contraer  fiebre tifoidea en su niñez. En 1918 conoció a quien sería su compañera de vida y modelo Juanita Ríos Mota hasta su muerte. En 1921 reside definitivamente en Macuto, donde construye su “castillete” que va a servir de taller y de vivienda, para ser luego reconocido como el “Robinson Crusoe venezolano”

Su vida transcurrió en la Guaira, en Macuto. Fue un hombre incomprendido por la sociedad, pero admirado por grandes artistas e intelectuales como Pablo Picasso, Carlos Cruz Diez, Fernando Botero, Gabriel García Márquez, Antonio Saura y Sofía Imber, en 2007  el Museum  of Modern Art, más conocido por su acrónimo el MoMa, situado en Manhattan (Nueva York, Estados Unidos) le organizó una retrospectiva, siendo la primera dedicada a un venezolano, y la cuarta a un pintor latinoamericano medio siglo después de Diego Rivera (1931), Cándido Portinari (1940) y Roberto Matta(1957).

El doctor Báez Finol llamó la atención sobre aquella práctica que tenía Armando Reverón para pintar, pues tenía como costumbre ceñirse fuertemente la cintura para que no le molestara el cuerpo del ombligo para  abajo. Se trataba, obviamente, de una actitud simbólica mediante la cual fragmentaba su cuerpo en dos mitades diferentes. Decía Finol: “Era un proceso de castración o de fragmentación que se traducía objetivamente cuando para pintar tenía que ceñirse fuertemente la cintura para separar lo superior de lo inferior, lo puramente sexual de la imponderablemente intelectual y afectivo. Se notaba en él el predominio de lo estético en un plano superior, de estar resolviendo constantemente problemas de superación introspectiva y buscando fórmulas para resolver el  problema de la luz y de la forma”.

Era hijo de Julio Reverón Garmendia y de Dolores Travieso Montilla. Nació un 10 de Mayo de 1889 en la Quinta San José (Puente Hierro) de la Parroquia Santa Rosalía de Caracas. Su padre Julio Reverón era proveniente de una reconocida familia caraqueña: fue General de las Fuerzas Armadas de Venezuela. Con un pasado misterioso, alcohólico e inestable. Luego de heredar gran parte de la fortuna de su familia se retiró del ejército, y sin necesidad de trabajar se costeó una vida de lujos y derroches criticado por sus hermanos por sus malos hábitos y se aleja de su familia. Durante su vida sufrió trastornos como la ludopatía y sus adicciones al alcohol y al opio. Años después, el propio Armando Reverón confesaría que siendo niño era enviado por su padre a comprar morfina.

Alfredo Boulton señalaba que el pintor de Macuto “al recuperarse mentalmente, Armando parecía de tres años, tan infantiles eran sus juegos, su actitud, jugaba con muñecas, vistiéndolas, acariciándolas y pintándolas. Entonces se volvió más triste, melancólico, irascible e insociable”. En esa etapa de Armando Reverón, cuenta Miguel Otero Silva, que estando asediado por una mujer que se pasaba horas viéndolo pintar, Reverón le dijo a Juanita: “no me vuelvas a dejar sólo con esa muchacha, porque quiere quitarte a Reverón”.

Armando Reverón tenía juegos imaginativos suyos que demuestran cómo el erotismo lo conmovía; así, cuando tocaba sus muñecas en las partes pudendas decía: “Mira, tienen la piel y pelusa como las mujeres”. Una vez, invitó a Finol a bajar a la “cueva” y a que se sentara mirando hacia arriba, el supuesto techo de vidrio para ver la “pelusita” de las señoritas del piso de arriba a quienes, previamente, les hubiera quitado las “pantaletas”. Formaba parte de su defensa ante su propio erotismo, el juego con las muñecas, evidente transferencia de lo femenino y su misterio sensual. En algunos cuadros de su pintura muestra a una muñeca, como a un terrible súcubo. Así era el titulado “Niza” (de carboncillo y tiza) del Museo de  Bellas Artes. Sin dejar lugar a dudas, Reverón era un tremendo erótico refrenado por su voluntad de pureza, entendida como una fornicación.

Armando Reveron luchaba contra su sexualidad trascendiéndola hacia el erotismo visual y la sublimación estética, de acuerdo con los modos como el occidental formado en el judeocristianismo, cuando persigue otra meta que el hedonismo y el poder, condena la carne y la castiga mediante la ascética. En el tormento de la sexualidad, la castidad no se limita al obrar, sino también al pensar. Esto último es lo que libera realmente del imperio sexual, porque nada resulta tan aleatorio como su castidad forzada, disciplinaria, carcelaria.

Juan Liscano, quien aborda los mitos de la sexualidad en Oriente y Occidente, es quien rescata a ese artista plástico de los aspectos de su vida y obra menos transitados por la bibliografía reveroniana. Esa vocación solitaria de su existencia se erige, sin habérselo propuesto, en prototipo. García Bazán decía: “hay un grado de mayor claridad de una muestra individual en relación con los miembros de su género y especie”. Se dice que lo más cercano a Reverón está Van Gogh no sólo por su concepción paisajística y mística, sino por la experiencia de infancia con una madre alejada y pensativa, perdida en el luto de su primer hijo. Reverón, como se sabe, era hijo de un toxicómano que despilfarró la fortuna de su esposa. Su padre, a su vez, era un ser excéntrico, narcisista, y frívolo. A los pocos años de nacido el hijo, la madre se lo confió al cuidado del matrimonio Rodríguez  Zocca. Carmen  de Rodríguez Zocca asistió a Armando Reverón como a un hijo. Pero el cariño entre los dos no podía borrar la desatención materna. Reverón padeció la confusión de dos madres, lo cual parece expresar en un lienzo  cuyo tema y disposición de figuras recuerda la composición “Santa Ana, la virgen y el niño”, de Leonardo Da Vinci. El psiquiatra Moisés Feldman estudio la psicopatía de Armando Reverón y estableció relaciones entre éste, Van Gogh y Leonardo Da Vinci.





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