La percepción global de la política, por parte de las grandes mayorías de los venezolanos, es un hecho importante que amerita un cuidadoso análisis, tanto sociológico como psicológico, para adentrarnos con veracidad en las causas que nos han llevado a un estado de desencanto, de desagrado y desconfianza, pero igualmente a un momento de sumisión, desinterés y superficialidad en los análisis y reflexiones.
Desinterés y superficialidad que sirven de base para observar el inquietante panorama nacional sin los deseos, y menos comprensión, de participar organizadamente, despojados del teléfono inteligente, para conquistar el cambio humano, personal y colectivo.
Precisamente, ese es el tema que quiero tratar hoy. Todos los países requieren cambios en su modelo de funcionamiento social, en su integración socio – humana y en la cohesión, porque, de lo contrario, van dejando que ese modelo se desajuste, se anquilose y, finalmente, colapse.
Venezuela fue dejando la vida en manos de los políticos, en momentos en que existían líderes muy aceptados por los grandes colectivos, pero con los años esos líderes desaparecieron, sin que quedáramos con una elevada cultura de participación, integración ya armonía social. Hubo el recambio, la renovación, que no se puede negar y emergieron los nuevos hombres, gente joven, que hoy han desaparecido y muchos están fueras de nuestras fronteras.
Eso ocurrió para fatalidad de nuestra democracia, porque creímos que con esa gente nueva se expandirían las conquistas sociales y cívicas, asumiendo que solo bastaba con personas a nivel de líderes (cosa que ellos también creyeron), sin persuadirnos de que vivir en democracia es un compromiso colectivo, una gran responsabilidad de todos, tal como lo reza la propia Constitución de la República Bolivariana de Venezuela
Nos mantuvimos en la idea de que el presidente es el gran líder, único e indispensable, por lo que pensamos que Capriles, López o Guaidó, eran lo suficiente o indispensable para salir del atolladero que nos trajeron Chávez y Maduro.
Centrar la vida en el primer mandatario nacional, como gran personaje, determinador de todo, es una graciosa concesión al engaño y una de las grandes equivocaciones. El presidencialismo, y aparejada la reelección indefinida es uno de los grandes males nacionales. La propia Constitución vigente señala la separación de los poderes, el equilibrio institucional.
Ese es del deber ser, porque los propios integrantes de los otros poderes, diferentes el Ejecutivo, no han asumido mentalmente su independencia, su autonomía y su responsabilidad como coautores de nuestra historia social y política. Se sigue creyendo que la elección presidencial es el gran premio, es, a la vez, una conquista personal y no un paso para reafirmar la vida civilizada, ordenada, en la búsqueda de la paz, la unidad y la felicidad de todos.
Todos los ciudadanos de nuestra amada tierra venezolana debemos cambiar en lo cultural y político, todos y no solo los ejecutores o activos en la política, porque se nos desgastado el sistema, nos lo han cambiado (reformado en los hechos y en las prácticas gubernamentales) y no nos hemos dado cuenta de que estamos ante otro modo de hacer las cosas.
El cambio debe comenzar por nosotros mismos. Debemos entender que nos corresponde asumir otras actitudes, otros modos de actuar y de hablar, y que no podemos aceptar como válidas las malas prácticas de los años recientes, porque estamos insertos en una sociedad modificada, distinta, y no en esa Venezuela democrática del pasado, que con todos sus defectos no hizo de la violencia y la corrupción un modo de pensamiento, de vida y de ejecución de las políticas públicas.