Mérida, Marzo Sábado 15, 2025, 08:34 pm
(*) COORDINADOR DE LA CÁTEDRA LIBRE DE HISTORIA DE LA UNIVERSIDAD DE LOS ANDES
Solamente los que aman y reconocen la utilidad de los libros, no exclusivamente las redes sociales, podrán entender nuestra preocupación por el destino de las Bibliotecas de los Profesores de la Universidad de Los Andes. La actual situación crítica de los Servicios Bibliotecarios de la ULA y en particular de la Biblioteca Integrada de Arquitectura, Ciencia e Ingeniería (BIACI), independientemente de la opinión que tengamos acerca del origen y razones de esa situación, pues siempre se considera que son factores externos los causantes de los males de la institución y nunca se reconoce que diversos factores internos también han sido responsables de lo que ha ocurrido y viene aconteciendo con estos repositorios bibliográficos, ha motivado esta Crónica para considerar aspectos históricos y hacer propuestas concretas que puedan contribuir a disminuir la situación de los mismos en la ULA. Sobre todo porque muchos miembros de esta comunidad universitaria no conocen o no han prestado atención a la realidad histórica de las bibliotecas de esta institución o no tienen conciencia del significado de la Biblioteca para la enseñanza y la investigación científica, particularmente en esta era de lo digital y de las redes sociales erróneamente consideras como la solución expedita para la adquisición y comprensión de conocimientos. Lo primero que debemos señalar es que, después de Caracas, Mérida es la ciudad de Venezuela que cuenta con importantes Bibliotecas públicas y privadas, entre ellas las que pertenecen a la Universidad de Los Andes.
Esto como consecuencia del interés desde los tiempos de la colonia y a lo largo del siglo XIX de instituciones educativas eclesiásticas (Conventos, Colegio San José y Colegio Seminario de San Buenaventura), de los tres primeros Obispos de la Diócesis de Mérida de Maracaibo (Fray Juan Ramos de Lora, Fray Manuel Cándido Torrijos y Santiago Hernández Milanés) y también de particulares que por interés intelectual adquirieron libros para su formación autodidacta o solaz esparcimiento. Ese inicial corpus bibliográfico terminó mayormente ubicándose en tres espacios de la ciudad y que en buena parte se conserva en la actualidad. Nos referimos a la llamada la Biblioteca del Archivo Arquidiocesano que resguarda obras de eclesiásticos y de particulares de la ciudad, con posterioridad a las que en el siglo XIX fueron asignadas a la Universidad de Mérida; la Biblioteca Febres Cordero (Adscrita al Instituto Autónomo Biblioteca Nacional), conformada por los libros, revistas, periódicos y hojas sueltas reunidas, mediante edición, compra o canjes por el merideño y universitario Tulio Febres Cordero, además de los libros que pertenecieron a miembros de su familia y de otras de la ciudad, así como los de contemporáneos universitarios que pusieron en sus manos el resguardo de un buen número de obras que se conservan en buen estado, a pesar de las dificultades manifiestas por las edificaciones en la que ha funcionado esta importante biblioteca merideña desde 1978.
El tercer espacio son los Servicios Bibliotecarios de la Universidad de Los Andes (SERBIULA), conformados por libros y publicaciones periódicas resguardadas en la Biblioteca y Hemeroteca Central (Tulio Febres Cordero), en las Bibliotecas de las Facultades y Núcleos Universitarios, por lo general especializadas en las distintas áreas del conocimiento que se enseñan e investigan en estas dependencias académicas y en las distintas Bibliotecas de Institutos, Centros, Grupos de Investigación, Laboratorios y Postgrados que para sus respectivos fines han ido conformando también un corpus especializado de libros, folletos y revistas. No menos importantes son las Bibliotecas de Profesores Universitarios localizadas en sus cubículos o en sus respectivas casas, sobre las que nos vamos a referir más adelante. Cabe también señalar la existencia en Mérida de otras tres bibliotecas: la Biblioteca Central Simón Bolívar (1951) y de más reciente data la Biblioteca Bolivariana (1983) y la Biblioteca de la Academia de Mérida (1992), las que también son de uso por parte de estudiantes y profesores de la Universidad de Los Andes, de otras instituciones de educación superior que funcionan en Mérida y de alumnos de las Escuelas Primarias y Secundarias de la ciudad desde el establecimiento de esas bibliotecas públicas.
Seguros estamos de que muchos de los universitarios de las últimas generaciones, hablamos de los últimos cuarenta años, desconocen el origen de la Biblioteca de la Universidad de Los Andes, establecida en 1888-1889 por el Rector Caracciolo Parra y Olmedo, inicialmente con los referidos fondos bibliográficos provenientes de los mencionados institutos eclesiásticos y después por una agresiva política de esta autoridad universitaria entre 1889 y 1900 para obtener donaciones de instituciones nacionales y extranjeras y de particulares mediante peticiones hechas a través de correspondencias. Política de adquisición de libros que continuaría el Rector Juan Nepomuceno Pagés Monsant (1903-1909), obras que progresivamente se fueron incrementando hasta conformarse una Biblioteca Central en el llamado Edificio del Rectorado, la que se descentralizó a medida que se fueron creando las Bibliotecas de las respectivas Facultades. Mucho menos conocen los universitarios de ahora lo que corresponde a la Biblioteca que le ha prestado y presta servicios desde su época de estudiante hasta su condición de profesor-investigador. La tradición bibliográfica de Mérida ha sido estudiada por varios autores, quienes dan cuenta del origen y desarrollo histórico de los libros y bibliotecas universitarias. Seguidamente presentamos una muestra de estudios para dar a conocer lo que ha significado esta dependencia universitaria de la ULA, para después tratar lo referente a las Bibliotecas de los Profesores Universitarios:
Pero son los Trabajos de Grado del historiador Argenis Rafael Arellano Rojas, actual Director de la Biblioteca Gonzalo Rincón Gutiérrez de la Facultad de Humanidades y Educación, los que dan cuenta de manera amplia y exhaustiva sobre la historia de las Bibliotecas de la Universidad de Los Andes y de las fuentes bibliohemerográficas y documentales para su estudio: Lugares de la palabra. Historia cultural de las bibliotecas de la Universidad de Los Andes. Mérida, Escuela de Historia / Universidad de Los Andes, 2011 (Memoria de Grado para optar la título de Licenciado en Historia) e Historia cultural del fondo antiguo de la Biblioteca Central de la Universidad de Los Andes (Libros de los siglos XVI y XVII). Mérida, Maestría en Historia de Venezuela / Universidad de Los Andes, 2017 (Trabajo Especial de Grado para el título de Magister Scientiae en Historia).
Tan importantes como las Bibliotecas de las distintas dependencias de la Universidad de Los Andes son las Bibliotecas de Profesores e Investigadores, las que siendo de carácter privado han cumplido también la función formadora de sus propietarios y de quienes han tenido acceso a las mismas en la condición de amigos, estudiantes regulares o tesistas. Conocemos un número importante de esas librerías de colegas, como se les llama en inglés, a las que alguna vez asistimos por cierta necesidad académica o simplemente admirar la calidad de su contenido. Comenzando por la que tuvo nuestro Maestro el doctor Horacio López Guédez, quien retirado de los quehaceres historiales se dedicó a repartir buena parte de sus libros entre sus compañeros de trabajo, ex alumnos y la Biblioteca de su Facultad de Humanidades y Educación, de la cual fue su primer Director. Muy generosamente nos obsequió un número significativo de textos referidos a la historia de España, la colonial hispanoamericana y principales de la historiografía sobre el Derecho Indiano que había adquirido durante sus estadías para investigar en el Archivo de Indias de Sevilla. En esas áreas nos formó durante la carrera de Historia y con posterioridad a la culminación de la misma, junto a valiosos consejos de cómo investigar, enseñar y considerar el trabajo de los estudiantes y de los colegas historiadores. Por aquel entonces conocimos de las donaciones hechas a dicha biblioteca por los profesores de la Escuela de Letras Miguel Marciales y Guillermo Thiele. Años más tarde lo haría el doctor Carlos César Rodríguez, quien sería el primer Decano de aquella dependencia de las humanidades, las ciencias sociales y la educación, siempre pendiente del ingreso de nuevos libros a la biblioteca de la Facultad. Entre las bibliotecas que tuvimos la oportunidad de conocer destacan la impresionante colección bibliográfica, hemerográfica y documental de Don Mario Spinetti Dini, así como la de su hermano Luis Spinetti Dini, también otro generoso donador de obras de mucha utilidad durante nuestros estudios de pregrado. De igual manera debemos mencionar la de algunos de nuestros profesores y de otros de la universidad que visitamos o supimos de su existencia en sus respectivas casas: Carlos Emilio Muñoz Oráa, Ernesto Pérez Baptista, Juan Astorga Antas, Milagros Contreras Dávila, Roland T. Ely, Ramón Briceño Perozo, Mario Spinetti Berti, José Mendoza Angulo, Jesús Rondón Nucete, José Miguel Monagas, Julio César Tallaferro Delpino, Simón Noriega Goatache, Jesús Serra, Leonel Vivas Jerez, los hermanos Reinaldo, Carlos y Erasmo Chalbaud Zerpa y la de los hermanos José Manuel, Octavio y Bernardo Briceño Monzillo. Así como la del poeta Adelis León Guevara, cuya biblioteca la conformó con un importante repertorio de la literatura universal, latinoamericana y venezolana, además de un número relevante de otras obras en el campo de las humanidades y la política. Fuera de las bibliotecas de esos profesores, también pudimos ver otras de significativo contenido, unas generales como la de Pedro Nicolás Tablante Garrido, otras específicas como las de José Humberto Ocariz Espinel, Alfonso Osuna Ceballos, Néstor López Rodríguez y William Lobo Quintero, éstas últimas más especializadas en sus respectivas áreas del conocimiento científico, pero siempre con la preocupación de sus propietarios por la lectura orientada a una formación cultural más allá de sus especialidades de enseñanza, investigación o ejercicio de sus profesiones de la medicina y la ingeniería, respectivamente.
Es decir, la generación de profesores que nos precedió entendió muy bien la necesidad de contar con una biblioteca para su formación cultural, la enseñanza y la investigación universitaria. Muchos seguiríamos esa preocupación expresada en la consulta permanente en los servicios bibliotecarios de la ULA y de la ciudad, así como de la adquisición de libros por compra o donación de instituciones locales o nacionales. Imposible no mencionar aquí a dos funcionarios de la Biblioteca Gonzalo Rincón Gutiérrez, quienes desde que iniciaron sus servicios a la misma hasta su jubilación fueron celosos guardianes y organizadores de sus repositorios bibliográficos y hemerográficos. Nos referimos a los licenciados y bibliotecarios Cecilia Picón de Ghersy y Manuel Hernández, siempre con la permanente intención de colaborar tanto con los profesores como con los estudiantes. Su dedicación a favor de esos repositorios y la oportunidad que tuvimos de colaborar en algunas de las actividades que realizaban, fundamentalmente en la Hemeroteca que luego llevaría el nombre del historiador Carlos Emilio Muñoz Oráa, incentivaron en nosotros una preocupación por informarles acerca de libros que iban apareciendo, por necesidad personal o de los demás estudiantes, y más tarde de los profesores, para que fueran adquiridos mediante compra o donación. Debemos señalar que siempre hemos contado con el apoyo de las siguientes autoridades y personal de esa importante Biblioteca de las humanidades y las ciencias sociales.
En el fragor de nuestros estudios de pregrado compartimos aulas de clases o la realidad académica y política de la Universidad de Los Andes con otros alumnos de las Escuelas de Historia, Letras y Educación que con el transcurrir del tiempo fueron también construyendo sus respectivas bibliotecas desde esa época inicial de su formación universitaria, incrementadas considerablemente al ingresar a la docencia e investigación universitaria. Fueron varios, entre los que destacan Alberto Rodríguez Carucci, Fermín Eduardo Osorio Contreras, Rafael Rossell Primera, Roldan Esteva Grillet, Pedro José Rivas, Humberto Ruiz Calderón y Raúl Huizy Gamarra. Podríamos decir que la mayoría formamos parte de lo que se ha denominado Generación de la Renovación Universitaria de 1969-1970. También profesores que ingresaban en esa coyuntura académica, como fue el caso de Mercedes Ruiz Tirado, José Murguey Gutiérrez y Silvio del Carmen Villegas, quienes fueron organizando sus privados espacios bibliográficos. Algunos dimos ejemplos también de esa preocupación por los libros en alumnos que más tarde serían docentes de la ULA o de otras universidades del país. Nos referimos por ejemplo a Guillermo José Mattera, Gilberto Quintero Lugo, Ildefonso Salcedo y Robinzon de Jesús Meza. También los colegas Ramón Rivas y Luis Caraballo Vivas, cazadores de libros, que por iniciativa personal fueron construyendo sus bibliotecas de significativo valor para la historia, la política y la cultura. Con toda seguridad, en otras Facultades y Escuelas ocurría los mismo, tanto a nivel de los estudiantes como de los profesores, de manera que en la Universidad de Los Andes se ha contado, y se cuenta, con las Bibliotecas de la institución y las bibliotecas de los Profesores e Investigadores, bien de resguardo personal, bien como parte de los espacios académicos a los que están incorporados.
Corresponde ahora hacernos esta pregunta: ¿qué ha sido de esas bibliotecas de los profesores que inicialmente mencionamos? y ¿qué será de las bibliotecas de los profesores que después nombramos? Es difícil dar una respuesta, pues son bibliotecas privadas, pero antes de que las mismas desaparezcan a partir de la partida física de sus dueños, lo cual ha sido un problema o dilema de los familiares herederos para los que se nos han adelantado en el tiempo, con excepción de aquellos docentes universitarios que previeron esa situación, desde antes de ello, decidiendo donar sus fondos bibliográficos y hemerográficos a la Universidad. En tal sentido, nos permitimos proponer tanto a profesores que poseen Bibliotecas como a los Servicios Bibliotecarios de la Universidad de Los Andes para que se tomen decisiones tendientes a que algunas de esas bibliotecas formen parte de las Bibliotecas de las respectivas Facultades, sin las limitaciones que actualmente existen, con la excusa de falta de espacio, de personal u obsolescencia de los libros. Con ello nos adelantaríamos a resolver el problema futuro de los herederos de los mismos, pero lo más significativo sería la incorporación de un importante corpus bibliográfico y hemerográfico que nunca perderá vigencia, pues el conocimiento (cualquiera sea su naturaleza) es imperecedero. Para ello se haría uso de los mecanismos técnicos de la Bibliotecología en lo que respecta a la selección, distribución y expurgo para canjes o donaciones a otras bibliotecas de la ciudad, la región, el país y de otros lugares del mundo. La organización de Ferias Anuales de Libros Usados también podría ser otra forma de dar destino a los libros que se deberán descartar, como tuvimos la oportunidad de conocer en la University of New Mexico, donde realizamos nuestros estudios de Maestría en Historia. Ferias dirigidas fundamentalmente a los estudiantes de la Universidad de Los Andes y de las otras instituciones de educación superior de Mérida, así como de la sociedad merideña en general.
Dos ejemplos vamos a señalar de qué hacer con los libros que ya no tienen espacio ni uso en nuestras casas de habitación. El primero, la amplia Biblioteca de Grupo de Investigación Sobre Historiogarfía de Venezuela, constituía por la concentración de más de cuatro mil libros de los profesores de la Escuela de Historia Alí Enrique López Bohórquez, Robinzon de Jesús Meza, Julio César Tallaferro Delpino y Mercedes Amalia Ruiz Tirado, la que ha sido de utilidad para los miembros de ese Grupo de Investigación pero también a otros colegas y estudiantes de la Facultad de Humanidades y Educación, incluso de profesores extranjeros como es el caso de los norteamericanos Miguel Tinker Salas y Mike Tarver. El segundo ejemplo, lo constituye la reciente decisión del Decano de la Facultad de Economía, Dr. Raúl Huizy Gamarra, de organizar la Sala de Lectura Asdrúbal Baptista, conformada por libros de este destacado y siempre recordado profesor e investigador universitario donados por su familia. Hecho que podría ser imitado por otras autoridades decanales y por los propios Servicios Bibliotecarios de la Universidad de Los Andes. Estas serían maneras de descentralizar las Bibliotecas de las Facultades y Núcleos, creando Salas especializadas en áreas específicas, como ha ocurrido en nuestra Facultad con las Salas de Arte o de Idiomas Modernos. Sirvan pues estos dos ejemplos para incentivar a otros profesores de la Universidad de Los Andes ha tomar una decisión adelantada de la utilidad futura de sus bibliotecas, a fin de que no sean los familiares herederos, los que después tengan que decidir sobre sus libros que, de manera cierta por hechos conocidos, podrían tener el peor de los destinos: ser entregados a los Servicios de Recolección de Desechos Sólidos de la Ciudad (comúnmente conocido como Aseo Urbano), cedidos a las empresas de reciclaje de papel o regalarlos sin beneficio económico alguno a personas que saben aprovecharse lucrativamente de los mismos, cuando en verdad el destino final debería ser las Bibliotecas de la Universidad de Los Andes. Es tiempo ya de que esta institución universitaria entre en un proceso de reciclaje partiendo de sus propias condiciones internas y no seguir pensando que su crisis siempre es producto de factores externos a la misma. Y lo de sus Bibliotecas podría ser un ensayo a considerar de manera inmediata.