Mérida, Junio Jueves 12, 2025, 11:51 pm
A lo largo de la historia la Iglesia
ha desempeñado su rol protagónico de “maestra de humanidad”, acompañando
procesos de paz y encuentro entre los hombres y naciones en conflicto. Manteniendo
su papel de conciliadora de los pueblos, garante de la paz, mediadora del
dialogo y el compromiso por el bien común.
Ejemplos como el de Pío XII, en su
mensaje conmemorativo al V aniversario del comienzo de la guerra mundial
(1944), con este contundente llamado: “Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la
guerra… Pero el alma de una paz digna de este nombre,
su espíritu vivificador, no puede ser más que uno solo: Una justicia que con
imparcial medida dé a todos lo que a cada uno es debido y de todos exija
aquello a que cada uno está obligado; una justicia que no da todo a todos, sino
que a todos da amor y a ninguno hace injuria; una justicia que es hija de la
verdad y madre de sana libertad y de segura grandeza”.
También la posición de Pablo VI ante la violencia, en numerosas
ocasiones sus enseñanzas giraron en torno a la propuesta del ideal de la paz
universal y del rechazo a toda forma de violencia. Cabe destacar, por ejemplo,
el hecho de haber sido el primer Papa en pronunciar un discurso ante la
Asamblea General de las Naciones Unidas en 1965, cuando recrudecía el conflicto
de la guerra de Vietnam, al decir: “La violencia solo engendra más
violencia”.
Señaló explícitamente que toda
respuesta violenta no sería más que un mal mayor que aquel que se quería
combatir. Esto no evitó que manifestara a su vez un reconocimiento de las
situaciones de injusticia que claman al cielo. Considera también que la
consecución de la paz estaba estrechamente vinculada a la dimensión humana del
progreso: “la paz no se reduce a una ausencia de guerra, se construye día a
día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia
más perfecta entre los hombres”.
Para el Papa grande Juan Pablo II, La espiral
de la violencia sólo la
frena el milagro del perdón. El diálogo revela la valentía de un nuevo
humanismo, porque requiere la confianza en el hombre. No pone jamás a unos
contra otros. Su objetivo consiste en eliminar las distancias y limar las
asperezas, para hacer madurar la conciencia de que todos son criaturas del
único Dios y, por eso, hermanos de una misma humanidad. Subrayó Juan Pablo II a
los participantes en el XVIII Encuentro Internacional de oración por la paz
(2004).
Por su parte el Papa Francisco, ante la consecuente guerra en
Ucrania, no se cansa de repetir: “Les pido, por favor, que abandonen el
camino de la violencia, que siempre es perdedora, que es una derrota para todos.
Recordemos que la violencia engendra violencia… recen conmigo
al Dios de la paz para que cese el sonido de
las armas y que las soluciones se puedan encontrar en la mesa
del diálogo”.
En nuestra patria no han escapado duros acontecimientos que
nos han llevado a la confrontación y la violencia, tal como los acontecidos el 27 de
febrero de 1989 con la creciente oleada de protestas que después se extendieron
por toda Venezuela y generaron grandes disturbios, conocidas como “El Caracazo”.
En las páginas del rotativo El Vigilante, aparece la denuncia del santo
Arzobispo de Mérida, Monseñor Miguel Antonio Salas, con este titular: “Violencia
económica y política denunció Monseñor Salas: El Sr. Arzobispo Metropolitano de
Mérida, Monseñor Miguel Antonio Salas, en la jornada de la campaña ´compartir´
y en su homilía de anoche, aseguró que la causa de la violencia vivida por el país
en esta trágica semana, es otra violencia, la de los poderosos contra los débiles,
la del poder económico y la de muchos comerciantes que han querido hacerse
ricos a la carrera; la violencia política, donde también hay acaparamiento,
porque los bienes que reparte el Estado van a manos de los que portan el carnet
del partido gobernante, Dijo además que todos en distinta medida tenemos una
cuota de responsabilidad”.
Firme denuncia ante el acaparamiento
de alimentos de la cesta básica y el alto costo de la vida, lo que había
generado violentas protestas y saqueos, termina diciendo el venerable pastor: “El que ama a una persona
procura complacerla, procura hacerle algún bien… las cosas no son propias sino
comunes. Porque las cosas son para el uso de todos, yo debo compartirlas. Por
haber olvidado estas verdades hemos llegado a lo que hemos llegado, a este
mundo de las grandes injusticias, a esta injusta distribución de los bienes, de
modo que unos pocos lo tienen casi todo mientras las grandes mayorías carecen
hasta de lo necesario”, enfatizó monseñor Salas.
El 27 de
noviembre de 1992 tuvo lugar un intento de golpe de Estado en Venezuela, el
segundo de ese año. La posición de la Iglesia y las palabras de
Monseñor Miguel Antonio Sala Salas, muy acertadas en ese entonces y ahora más
que nunca, cito: “Hay que exigir un proyecto de gobierno lleno de valores,
honesto, incluyente y sensible; de revisión periódica y con evaluación de
indicadores que nos permitan verdaderamente amar a nuestro país”.
La editorial del decano de la prensa
merideña cerraba con estas palabras: “Quizás esta situación no sea,
lamentablemente, sino el preludio de lo que puede pasar en un país donde se
despreció por tanto tiempo el trabajo, el sentido de sacrificio, el concepto de
productividad, la justicia en la distribución de la riqueza social, los
principios éticos y se hizo tanta apología del facilismo, de la ganancia sin
esfuerzo y del mayamerismo. Ojalá caigamos en cuenta más temprano que tarde de
que es necesario modificar de raiz las reglas del juego, de modo que quien no
trabaje no coma, que la riqueza social le corresponda a quien haga el mayor
esfuerzo persona Los tiempos de la Gran Venezuela quedaron atrás…”
Nuestra patria necesita hoy más que
nunca el testimonio de verdaderos profetas, capaces de dejarse interpelar por Dios, para comunicar su Palabra de Vida,
con confianza gozosa, audacia y valentía pero,
sobre todo libertad para denunciar sin miedo el mal que nos oprime. A ejemplo
de los apóstoles que hablaron abiertamente, con toda claridad, con intrepidez y
con una confianza gozosa en el Señor. Apartando de nosotros el camino de la
violencia, pues como bien decía el gran Martín Luther King: “La
violencia crea más problemas que los que resuelve, y por tanto nunca conduce a
la paz”.
Mérida, 04 de agosto de 2024