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“El Adviento y el jubileo de la esperanza” por Padre Edduar Molina

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“El Adviento y el jubileo de la esperanza” por Padre Edduar Molina


El Papa Francisco afirmó en su carta de febrero de 2022 anunciando el Jubileo de 2025: "Debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras. El próximo Jubileo puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente."

Con estas palabras el pontífice nos señala el camino a seguir para vivir como “Peregrinos de esperanza”, lema de este jubileo que ocurre en la Iglesia cada 25 años. Vivir juntos un año de esperanza para todo el mundo, que sufre el flagelo de las guerras y la crisis del cambio climático, en el marco del adviento, es toda una oportunidad para levantar la cabeza, pues está cerca la hora de la liberación. (Lc 21, 28-31).

 Cada tiempo litúrgico nos deja una enseñanza profunda, como la Pascua habla de la alegría por la victoria de Jesucristo, y la Cuaresma del esfuerzo y de la purificación sacrificada que hay que ir realizando en la propia vida para poder llegar a Cristo, el Adviento se convierte para los cristianos en un tiempo de levantar los ojos de cara a la promesa que nuestro Señor hace a su iglesia de estar con nosotros, el Dios que se hace cercano y comprensivo con su pueblo.

La situación que nos está tocando vivir a todos, desde las realidades del mundo-país, hasta la propia situación personal nos hacen poner la mirada en la esperanza, como virtud que sostiene al alma, que consuela al ser humano. Vivimos sumidos en muchos desánimos, fragilidades, decepciones, un sinfín de caídas y momentos de rendirse a la hora del trabajo espiritual, apostólico y familiar no tienen otra fuente más que la falta de esperanza.

La falta de esperanza no es otra cosa que la falta de fortaleza y al mismo tiempo, es resultado de la carencia de perspectivas de cara al futuro, lo que acaba por hundir al alma en sí misma y le impide mirar hacia el mejor futuro, mirar hacia Dios.

Ahora bien, la esperanza tiene dos facetas que debemos considerar de cara al Adviento. Hay una primera, que es una faceta de dinamismo. La esperanza empuja, nos mueve hacia un destino final, sin importar los obstáculos del camino, pues tenemos claro hacia dónde nos dirigimos, la meta final que es Cristo, vida eterna.

La segunda fase de la esperanza es la purificación, que produce un efecto correctivo y transformador en la persona. La esperanza, al mostrarme el objeto al cual tiendo, me muestra también lo que me falta para lograr alcanzarlo. Por eso la esperanza se convierte no en una especie de resignación o de ganas de hacer algo, sino en un fermento dentro del alma.

Si Cristo es mi esperanza, ¿qué me falta para alcanzarlo? Si la armonía de mi familia es mi esperanza, ¿qué me falta para conseguirla? Si mi hijo necesita que yo le dé este o aquel testimonio, ¿qué me falta para podérselo dar? La esperanza se convierte en aguijón, en resorte dentro del alma para que uno pueda llegar a obtener lo que espera.

Es necesario que en nuestras vidas existan estas dos dimensiones de la esperanza: la dimensión dinámica y la dimensión de la purificación. Si nada más te quedas en el sostenerte, nunca te vas a transformar, nunca vas a llegar. Y si nada más te quedas en el transformarte, al ver lo duro, lo difícil y lo áspero de esta transformación, puedes caer en la desesperanza.

Aprendamos, entonces, a vivir en este tiempo de Adviento con la mirada dirigida hacia Cristo, que es el objeto de nuestra fe. Pidámosle al Señor que nos permita encontrarlo y recibirlo, y que nos otorgue la gracia de sostener nuestro corazón en el arduo trabajo diario de santificación.

    
Culminemos con la oración del Papa Francisco: “La gracia del Jubileo reavive en nosotros, Peregrinos de Esperanza, el anhelo de los bienes celestiales y derrame en el mundo entero la alegría y la paz de nuestro Redentor. A ti, Dios bendito eternamente, sea la alabanza y la gloria por los siglos”. Amén.




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