1. Florence Noiville en su libro Milan Kundera. Un retrato íntimo (2024), expresa: “Milan Kundera siempre reflexionó profundamente en torno a estas preguntas: ¿dónde empieza la obra de un artista? ¿A partir de qué momento el artista es realmente él mismo? Interesante, porque decididamente la obra de un autor no necesariamente comienza con su primer libro, incluso con sus primeras entregas (o buena parte de ellas), porque muchas veces siente que, a pesar de tener en su haber varias obras (cuadros, esculturas, o lo que sea) no ha alcanzado aún la cima a la que aspira llegar. Cuando los autores han logrado la consagración suelen desdeñar las obras de sus inicios, y no lo hacen sólo por esnobismo (aunque se han visto casos), sino porque en su interioridad perciben que en ellas no estaban presentes lo que ahora sí le es dado apreciar: su impronta y su huella personal. Nuestro Mariano Picón-Salas no incluyó en sus Obras Selectas sus primeros textos (lo hizo tiempo después Delia Picón de Morles, su hija, cuando publicó aparte esos textos dejados por el escritor en el olvido), igual le pasó a Borges con su primer poemario (Fervor de Buenos Aires), y en el caso de Kundera su biógrafa señala que “…veía sus poemas como el producto de una actitud ante la vida. Una actitud que, según él, es propia de la juventud y consiste en confundir la existencia humana con las emociones que suscita.” Es, pues, la desconfianza del autor maduro, ante aquello que, en su obra, no responde ni a su esencia ni a su visión del arte, por lo que no se ruboriza al definir sus poemas como un error de juventud.
2. Expresa Octavio Paz (citado por Kundera en Los testamentos traicionados, 2023) lo siguiente: “Ni Homero ni Virgilio conocieron el humor; Ariosto parece presentirlo, pero el humor no toma forma hasta Cervantes. (…) El humor es la gran invención del espíritu moderno.” El humor es un aspecto en el que Kundera puso énfasis a todo lo largo de su obra en prosa (narrativa y ensayo), y su criterio es válido cuando sopesamos sus propias afirmaciones: “El humor, pues, no es la risa, la burla, la sátira, sino un aspecto particular de lo cómico, del que dice Paz (y ésta es la clave para comprender la esencia del humor) que convierte en ambiguo todo lo que toca”. Esa indeterminación del humor, es lo que le confiere un peso enorme al genio narrativo de varios de los autores modernos y posmodernos (Bukowski, Wilde, Mark Twain, Dickens, Rabelais, Woody Allen, Kafka, Vargas Llosa, Foster Wallace, Rushdie, Kennedy Toole, Wodehouse, Cortázar, Cabrera Infante, Puig, García Márquez, Bryce Echenique, Pitol, Arreola, Monterroso, Ibargüengoitia, Kundera, Mendoza, etc.), quienes se ríen de sí mismos y del mundo (incluyendo al lector), y esto imprime un sello distintivo que va más allá del tiempo histórico de la obra, y la empuja (por decir lo menos) hasta alturas de enorme significancia en lo literario y, por ende, en la cultura. Huelga mencionar aquí El Quijote que, por su humor (y esto hay que acentuarlo con fuerza), logra tocar las fibras más íntimas de los lectores de varios siglos, y avanza sin tropiezos por los desfiladeros del desgarre escatológico presente en el espíritu de lo humano.
3. “Hay que vivir de la esperanza y no del recuerdo”, leí en una aplicación que ya no tengo en mente, y la frase me dejó pensativo, porque solemos quedarnos anclados en el pasado, o en lo que pudo ser, o en lo que alcanzamos y por estupidez dejamos pasar y perder y, esto nos trastoca a tal punto, que quemamos las horas en “algo” inasible, imposible de retomar o de rectificar, y nos causa un inmenso daño al anularnos como personas y hacer de nosotros meros fantasmas. En este orden, recuerdo mi libro Ser felices para siempre, que lleva ya tres tirajes (Ediciones del Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, 2005, Emmoby, 2012 y Ediciones San Pablo, 2014), que este año 2025 saldrá de nuevo en Venezuela en edición privada, y que termino de revisar y reescribir. Sonará absurdo esto que voy a decir, pero retomar mi libro luego de tantos años de escrito y publicado, me ha servido de bálsamo en estos momentos de profundos cambios en mi vida, y su lectura me ha hecho reflexionar, tan hondamente, que al reescribirlo no pude menos que conmoverme al palpar de nuevo aquello que siempre ha anidado en mí, pero que por los altibajos propios del destino se había trastocado: la esperanza.
4. Veo la fotografía del fallecido autor italiano Antonio Tabucchi, que aparece en la solapa de su libro Autobiografías ajenas. Poéticas a posteriori (2006), que es uno de mis libros de cabecera, y no puedo evitar asociar su imagen con la de un viejo amigo, también fallecido, Luis Paniagua, corrector del Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes. Ahora que lo pienso, le debía a Luis este recuerdo agradecido, por las muchas conversaciones y sesiones de trabajo en torno de la lengua española que tuvimos, a propósito de la corrección de varias de mis obras. Era un erudito de la lengua (y un gran fumador: este vicio lo llevó a la tumba), que me contagió su pasión por los diccionarios, y muchas veces me concedió la razón en mis posturas con aplomo y sencillez frente a una frase o vocablo o párrafo, que él interpelaba con inmensa autoridad. Otras tantas, fui yo quien tuvo que bajar la cabeza y decirle: “acepto la corrección”. Sé que me respetaba y me tenía cariño, y yo a él. Fue uno de los maestros con los que me he topado en la vida, y de quienes he aprendido cuestiones en distintas facetas del existir. Descanse en paz amigo.