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Ese es el techo, no más por Ramón Sosa Pérez

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Ese es el techo, no más por Ramón Sosa Pérez


Cuando intentamos explicar lo que a nuestro derredor ocurre en el ámbito político, universitario, empresarial o gubernamental, nos topamos con no pocas incongruencias que son más imaginativas de quien está en el cargo que propias de una gerencia afín a las exigencias de su colectivo. El nuestro ha sido un tiempo convulso, espasmódico y que tal como refería Miguel Ángel Landa en su programa de humor; a veces se torna INCOMPRENSIBLE.

El campo de la iniciativa privada es quizá el más selectivo a la hora de mostrar resultados positivos pues la escogencia conlleva el celo esencial de preservar rendimiento y productividad a corto y mediano plazo, de manera que no hay brecha para la improvisación o para ceder espacios ajenos al interés y preocupación por el crecimiento del sector. Los ejemplos son palmarios en tanto la eficiencia brota como atributo natural. 

Otro ejemplo. Hay casos del sector público donde no se entiende la aplicación de políticas erráticas en áreas vitales. Esto trae cola en el tiempo y en ello se empalman tirios y troyanos. La inhabilidad no hace diferencias entre colores locales o nacionales y las pruebas son irrebatibles de bando a bando. Si llegar al poder en cualquier nivel ha sido producto de facturas de prebendas o portaviones, el resultado no puede ser mejor, jamás.

De poco sirve nadar en un mar de liquidez económica si falta el seso para implementar una gestión conforme a las exigencias y prioridades del común. Un gerente político es, sin más, la ventaja a que sus electores aspiran con derecho para resolver sus urgencias y advertir el destino de los suyos a partir de la capacidad que posea para consensuar apoyos y recursos que permitan la realización plena de los intereses populares.

No necesariamente ese líder debe poseer la experticia de todo cuanto exige su cargo, pero sí está obligado a entender que sus limitaciones de orden profesional le llevan a solicitar la orientación en el área que no es de su dominio. Esto, evidentemente, no lo minimiza frente a los suyos; al contrario, eleva el nivel de percepción popular en la garantía que el resultado tendrá mayor respaldo y la gestión pública se verá beneficiada.

Si la soberbia acompaña su visión de gobierno, ya ha escogido un mal comienzo con un final nada alentador. La arrogancia y el personalismo impiden sensatez para ordenar acuerdos y en ello va la ausencia de proyecto para la tarea que ahora tiene, de donde resulta la trillada frase: “le quedó grande el cargo”; lo que se traducirá como fracaso en su gestión y desilusión en quienes le brindaron confianza a sus aspiraciones sociales.

No en balde los expertos que le previeron descalabro porque nada tenía para ofrecer a sus electores, ahora sean los primeros en advertir las consecuencias, sencillamente porque aquel o aquella aspirante al cargo tal o cual de gobierno, ahora ha demostrado que ese era su techo y no más. Es decir, que su acción de gobierno apenas llegará hasta donde se lo permita el recorrido experiencial que, de ser nulo, así serán los resultados.

El Papa Francisco los ha definido recientemente como “salvadores sin historia”. Nada más apropiado que esta expresión, aunque el contexto no sea el mismo pero vale igual. Ser Alcalde, Gobernador, Rector, Diputado, Presidente o Secretario General de un gremio requerirá, positivamente, de buen seso para que sus electores no lamenten luego la tristemente célebre frase: “es que ese era su techo y no más”.       





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