Mérida, Marzo Viernes 21, 2025, 12:20 pm
Cuando intentamos explicar lo que a nuestro
derredor ocurre en el ámbito político, universitario, empresarial o
gubernamental, nos topamos con no pocas incongruencias que son más imaginativas
de quien está en el cargo que propias de una gerencia afín a las exigencias de
su colectivo. El nuestro ha sido un tiempo convulso, espasmódico y que tal como
refería Miguel Ángel Landa en su programa de humor; a veces se torna
INCOMPRENSIBLE.
El campo de la iniciativa privada es quizá el
más selectivo a la hora de mostrar resultados positivos pues la escogencia
conlleva el celo esencial de preservar rendimiento y productividad a corto y
mediano plazo, de manera que no hay brecha para la improvisación o para ceder
espacios ajenos al interés y preocupación por el crecimiento del sector. Los
ejemplos son palmarios en tanto la eficiencia brota como atributo natural.
Otro ejemplo. Hay casos del sector público
donde no se entiende la aplicación de políticas erráticas en áreas vitales.
Esto trae cola en el tiempo y en ello se empalman tirios y troyanos. La
inhabilidad no hace diferencias entre colores locales o nacionales y las
pruebas son irrebatibles de bando a bando. Si llegar al poder en cualquier
nivel ha sido producto de facturas de prebendas o portaviones, el resultado no
puede ser mejor, jamás.
De poco sirve nadar en un mar de liquidez
económica si falta el seso para implementar una gestión conforme a las
exigencias y prioridades del común. Un gerente político es, sin más, la ventaja
a que sus electores aspiran con derecho para resolver sus urgencias y advertir el
destino de los suyos a partir de la capacidad que posea para consensuar apoyos
y recursos que permitan la realización plena de los intereses populares.
No necesariamente ese líder debe poseer la
experticia de todo cuanto exige su cargo, pero sí está obligado a entender que
sus limitaciones de orden profesional le llevan a solicitar la orientación en
el área que no es de su dominio. Esto, evidentemente, no lo minimiza frente a
los suyos; al contrario, eleva el nivel de percepción popular en la garantía
que el resultado tendrá mayor respaldo y la gestión pública se verá
beneficiada.
Si la soberbia acompaña su visión de
gobierno, ya ha escogido un mal comienzo con un final nada alentador. La
arrogancia y el personalismo impiden sensatez para ordenar acuerdos y en ello
va la ausencia de proyecto para la tarea que ahora tiene, de donde resulta la
trillada frase: “le quedó grande el cargo”; lo que se traducirá como fracaso en
su gestión y desilusión en quienes le brindaron confianza a sus aspiraciones
sociales.
No en balde los expertos que le previeron
descalabro porque nada tenía para ofrecer a sus electores, ahora sean los
primeros en advertir las consecuencias, sencillamente porque aquel o aquella
aspirante al cargo tal o cual de gobierno, ahora ha demostrado que ese era su
techo y no más. Es decir, que su acción de gobierno apenas llegará hasta donde
se lo permita el recorrido experiencial que, de ser nulo, así serán los
resultados.
El Papa Francisco los ha definido
recientemente como “salvadores sin historia”. Nada más apropiado que esta
expresión, aunque el contexto no sea el mismo pero vale igual. Ser Alcalde,
Gobernador, Rector, Diputado, Presidente o Secretario General de un gremio
requerirá, positivamente, de buen seso para que sus electores no lamenten luego
la tristemente célebre frase: “es que ese era su techo y no más”.