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Fanatismos y negar la realidad por Alirio Pérez Lo Presti

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Alirio Pérez Lo Presti


Enfrentarse a los fanatismos es quizá el mayor reto que se le puede plantear a
una sociedad sensata, pues la imposibilidad de negociar es inherente al hecho de
ser básico y no entender que la vida es “policromática”; que entre el negro y el
blanco existen infinidad de matices. Lastimosamente la exaltación corre a la par de
cualquier tendencia inteligente que se desee fortalecer. El fanatismo representa
una carencia intelectual y por supuesto afectiva, que termina por rellenar los
vacíos de quien desde temprana edad no tuvo la posibilidad de contar con un poco
de estabilidad en lo que respecta a su mundo interior.

Los seres humanos necesitamos aferrarnos a un mínimo sistema de normas, de
creencias, de valores. Cuando esto no ocurre, la frágil condición psicológica se ve
vapuleada por las circunstancias y a efectos de mantener un equilibrio interior,
podemos engancharnos a cualquier cosa. Lo peor que puede pasar es agarrarse
“fanáticamente” a una forma de concebir la vida que nos dé estructura y simiente
las bases de lo que somos.

Esa necesidad de “creer” ha recibido distintos nombres en el curso de la historia
de la civilización. “Espiritualidad”, “religión” y “psiquis” son, entre otras, las formas
como hemos denominado a este ámbito humano. Incluso se ha tratado de definir a
quienes se autocalifican de ser incapaces de entender este espectro a través del
término “agnosticismo”.

Con ingenuidad fue celebrado el fin de las utopías a finales del siglo pasado.
Como si la eliminación de algo no habría de dejar un vacío que sería llenado por
otras formas de visualizar la existencia. Es así como estamos viendo en pleno
siglo XXI la paradójica presencia de las formas más inimaginables de avances de
tecnológicos a la par de las prácticas y costumbres más primitivas que haya
podido cultivar la humanidad. Desde formas rebuscadas de culto religioso de
carácter arcaico hasta las prácticas políticas más contrarias a elementales
principios democráticos. Desde el desmembramiento de Estados completos a
través del secesionismo hasta la veneración a figuras “antivalorativas” e incluso
inexistentes. Esa es la contemporaneidad con la cual nos ha tocado lidiar.
La información que recibimos a través de lo noticioso, así como el poder tener
acceso al conocimiento con mayores facilidades, hacen que el mismo se
encuentre más cerca que nunca del ciudadano común, lo cual hace posible que
muchos traten de notificarse y formarse por distintas vías, generando matrices de
opinión y contra opinión que provocan que lo crítico y antagónico exista,
permitiendo crear rendijas que admitan mostrar un carácter disidente frente a las
circunstancias.

La posibilidad inédita de desarrollar una carrera educativa es más factible en los
tiempos actuales. A la par de una educación masificada e insulsa, siguen
existiendo instituciones pedagógicas de alto prestigio y calidad que han de
incorporar a los mejor formados en los escalafones más trascendentes de la
sociedad. La máxima baconiana “saber es poder” sigue presente; no buscamos un
electricista para tratar una pancreatitis.

Vuelve a aparecer la gran amenaza del triunfo de la barbarie por encima de la
razón. De la pulsión y el placer por encima de los valores, siendo una amenaza
propia de estos tiempos. El cultivo de la crueldad tiene profundas explicaciones,
una de las cuales es haber apostado al nihilismo desde el plano social. Ser un
negador compulsivo es una actitud temeraria que deriva en autodestrucción. Lo
contrario es ser propositivo y proactivo, no sólo en nuestra vida personal, sino en
nuestras actuaciones sociales, siendo el ejemplo y la manera de conducirnos, la
mejor de las herramientas para inducir cambios que partan de lo individual y se
generalicen.

Total que lo humano es siempre imperfecto pero apostar a la destrucción y no a la
construcción empeora las cosas. El tiro por la culata sale cuando desmantelamos
las instituciones, sembramos el pesimismo ante los resultados de lo que
cosechamos como esfuerzo y desvalorizamos los logros que como gran
conglomerado realizamos cada día que pasa.

La razón por la cual abrigo cierto optimismo (dadas las circunstancias), es porque
creo en la infinita terquedad humana, su gran capacidad para cultivar la
perseverancia y de que independientemente de que lo mediocre pueda asomarse
como norma, también se necesita quien dé luz y brille, para que el caos no se
termine de apoderar y condenar a la civilización. Ser un negador y saboteador de
lo que beneficie a la sociedad es una actitud malsana e irresponsable. Sólo a
través de lo propositivo y el respeto al otro se puede crear un mínimo equilibro
social que permita entereza y una mejor existencia. La negación inútil conlleva a
que sucedan los reveses, y aquellos logros que tanto han costado se deshagan y
desaparezca precisamente cuando más necesitamos de referentes humanos que
sean símbolos de lucha y de templanza en unas circunstancias históricas inéditas.



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