Con ingenuidad fue celebrado el fin de las utopías a finales del siglo pasado.
Como si la eliminación de algo no habría de dejar un vacío que sería llenado por
otras formas de visualizar la existencia. Es así como estamos viendo en pleno
siglo XXI la paradójica presencia de las formas más inimaginables de avances de
tecnológicos a la par de las prácticas y costumbres más primitivas que haya
podido cultivar la humanidad. Desde formas rebuscadas de culto religioso de
carácter arcaico hasta las prácticas políticas más contrarias a elementales
principios democráticos. Desde el desmembramiento de Estados completos a
través del secesionismo hasta la veneración a figuras “antivalorativas” e incluso
inexistentes. Esa es la contemporaneidad con la cual nos ha tocado lidiar.
La información que recibimos a través de lo noticioso, así como el poder tener
acceso al conocimiento con mayores facilidades, hacen que el mismo se
encuentre más cerca que nunca del ciudadano común, lo cual hace posible que
muchos traten de notificarse y formarse por distintas vías, generando matrices de
opinión y contra opinión que provocan que lo crítico y antagónico exista,
permitiendo crear rendijas que admitan mostrar un carácter disidente frente a las
circunstancias.